
Por Francisco Muñoz de Escalona.
Resumen: Durante milenios los viajes formaron parte de las obligaciones estatutariamente establecidas de la clase ociosa. Durante tan dilatado tiempo, los exorbitantes costes hicieron prohibitivos los viajes. Los costes bajaron ligeramente primero y fuertemente después, cuando las técnicas para vencer el obstáculo de la distancia mejoraron a partir de la primera revolución industrial. En la antigüedad los viajes respondían siempre a motivos heterónomos, lo que no quiere decir que algunos no se hicieran también por meras apetencias personales enmascaradas en el cumplimiento aparente de obligaciones de clase. La inclinación y el gusto de los aristócratas y miembros de la realeza por los viajes ilustran esta realidad.
En este trabajo se somete a análisis el Grand Tour que, a mediados del siglo XVI, hizo Felipe II de España. Gracias a la moderna investigación historiográfica se dispone de datos que permiten ver este viaje a la luz de la economía del turismo. Turisperitos hay que tienen al llamado Grand Tour como un claro antecedente del turismo moderno. También los hay que no lo consideran así. Los primeros ignoran que si el Grand Tour respondía al cumplimiento de obligaciones estatutarias, como está demostrado, en nada se asemeja a lo que llaman turismo, limitado por ellos a los viajes autónomos. Los segundos, en cambio, no advierten que tanto los viajes de antaño como los de hogaño tienen en común una serie de características, pero sobre todo la de ser programados, es decir, ser objeto de tareas preparativas de mayor o menor enjundia, envergadura, complicación y coste, sobre todo los de antaño, precisamente por la precariedad de las técnicas disponibles de vencimiento de la distancia. En consecuencia, si todos los desplazamientos son preparado (producidos) antes de ser realizados (consumidos), máxime si son circulares o turísticos (tur es vuelta, giro, paseo), el Grand Tour es sin duda uno de tantos precursores del turismo moderno porque reúne todas las características necesarias y suficientes para considerarlo como turismo. El interés de su estudio se acrecienta por el hecho de reflejar adecuadamente la producción y el consumo de turismo en una época muy anterior a la revolución industrial. El presente trabajo responde al convencimiento que tiene al autor de que el estudio de los viajes circulares del pasado permitirá conocer mejor el consumo de turismo pero sobre todo su producción, esa actividad básica ignorada por las teorías al uso.
Palabras clave: Grand Tour, Petit Tour, desplazamientos circulares, obligaciones de clase, viajes voluntarios, producción y consumo de turismo, servicios incentivadores, servicios facilitadores.
El llamado Grand Tour: características y valoraciones
Con respecto al Grand Tour hay en la literatura división de opiniones. Entre quienes sostienen que es una forma de turismo se encuentra la antropóloga Valene L. Smith. En la obra coeditada con la geógrafa Maryan Brent Hosts and Guests Revisited: Torism Issues of de 21st Century, New York 2001 resume así la historia del turismo:
- Los cazadores del Paleolítico viajaban para hacer deporte y para encontrarse con otros cazadores con los que practicar el trueque
- Los agricultores y los ganaderos del Neolítico comerciaban con los excedentes de sus cosechas concurriendo a los mercados de otros núcleos de población
- En la Edad Media los individuos viajaban por motivos religiosos (peregrinos, cruzados). Viajaban por devoción pero también lo hacían por curiosidad y en busca de la novedad. Todos deseaban viajar por tierras desconocidas y conocer cosas absurdas y las increíbles historias que habían oído sobre el Oriente
- En la Revolución Industrial, con el desarrollo de fábricas manufactureras y de las grandes ciudades, se disfrutaba de más tiempo libre, lo que propició que se hicieran viajes por educación (el Grand Tour), por negocios y por razones de salud
- En la civilización pos industrial, con el desarrollo de los servicios se consolidaron las relaciones entre los residentes en sociedades anfitrionas (los llamados países receptores o de acogida) y los residentes en los llamados países emisores gracias al perfeccionamiento de la industria de los viajes y a la aparición de lugares de redistribución de riqueza como casinos y casas de juegos.
(Traducción libre del autor)
Como constata su peculiar visión histórica, la antropóloga coincide con quienes sostienen que en el Paleolítico ya había turismo, es decir, que, según ella, el turismo tiene cuarenta o cincuenta mil años. No es exagerado si se compara con los dos millones de años que tendría de creer a los que dicen que el turismo es tan antiguo como la especie humana. Es tan amplio el concepto de Smith que para ella turismo es lo mismo que viaje. Cuanta razón tenía el geógrafo francés Pierre P. Defert cuando en los años setenta advertía de los grandes peligros que hay que sortear para no confundir el turismo con los viajes. V. L. Smith no se limita a los viajes redondos o de ida y vuelta, que es lo que etimológicamente significa la palabra francesa tour de la que deriva tourisme, sino que, en un alarde de generalización como el practican otros turisperitos, incluye en el turismo a los viajes lineales propios del pasado nómada del hombre. No queda la generalización del turismo que sostienen Smith y otros a todo tipo de viajes sino, lo que es menos frecuente en la literatura especializada, también a todos los motivos, coincidiendo así con el concepto de turismo en sentido amplio que propuso el alemán Morgenroth en los años treinta. Pero Smith va mucho más allá, tanto que me propongo analizar sus concepciones en un trabajo próximo.
Pero hay también quien sostiene que el Grand Tour no guarda relación alguna con el turismo de nuestros días. Los turisperitos que la apoyan se basan sobre todo en los aspectos formales y externos, pero también en las motivaciones para sostener que el turismo actual no tiene semejanza alguna con el Grand Tour, al que sitúan en el siglo XVIII y tienen solo como viajes por educación. Entre los estos aspectos superficiales que destacan cabe citar el volumen o cuantía del flujo de turistas, evidentemente más masivo hoy que ayer pero también menos que mañana, la cuantía de los recursos asignados, entre los que hay citar la mano de obra y el capital, factores que indudablemente se utilizaron también en los tiempos ya idos aunque hoy se utilicen en mayor cuantía y diferente calidad, y otros por el estilo. Los que sostienen que el turismo de hoy no tiene nada que ver con el del pasado, y concretamente con el Grand Tour, están convencidos de que solo se puede hablar de turismo desde hace medio siglo, aunque, a pesar de ello, algunos, obviando la coherencia, terminan proponiendo que conviene remontarse en el tiempo para estudiarlo más adecuadamente.
Por ello hay quien sostiene que una de las primeras referencias al turismo se encuentra en la obra de Richard Lassel (1679) An Italian Voyage, o quizás, más claramente, en la de A. Saint Maurice (1674) Le guide fidèle des Etrangers. No obstante, puestos a rastrear en el pasado, hay autores que se remontan mucho más en el tiempo. Por ejemplo, el británico Ogilvie creía en el siglo XX que el viaje de la reina de Saba a Jerusalén es un claro precedente del turismo internacional porque para él fue un viaje por gusto, lo que no deja de ser una lectura superficial y harto aggiornada de aquel Grand Tour regio, una lectura basada exclusivamente en la identificación del turismo por sus elementos externos y visibles olvidando los ocultos.
Como ya se ha dicho, hay autores que creen ver en el llamado Grand Tour de los siglos XVII y XVIII un precedente del turismo moderno. El Grand Tour, literalmente un viaje largo, por motivos educativos, especialmente prolongado, es el que solían hacer los jóvenes aristócratas británicos de la antigüedad, los destinados por sus familias a ejercer altas tareas de gobierno, por países como Francia e Italia como colofón del proceso formativo. Se trataba, en efecto, de viajes de largo recorrido y larga duración, que se hacían con séquito de sirvientes y a las órdenes de un tutor, que solía ser el encargado de programarlo con todo detalle, fijando la fecha de salida, las ciudades a visitar, los contactos a establecer, las actividades a realizar, los medios de transporte a contratar (si es que no se contaba con medios propios) las formas de alojamiento a emplear (en general casas de amigos o de amigos de amigos) y la fecha de regreso.
Pero la importante fase de la programación de un Grand Tour, como la de cualquier viaje de ida y vuelta, es un aspecto que nunca tienen en cuenta los turisperitos a pesar de la importancia que tiene esta actividad para entender el turismo tanto en el pasado como en el presente. Como todo viaje hecho por una persona de vida sedentaria, el Grand Tour de épocas pasadas era, evidentemente, un viaje circular o de ida y vuelta, lo que en castellano se llama un viaje largo. Obviamente, era también un viaje realizado exclusivamente por los miembros de una clase tan minoritaria como acomodada, la llamada clase ociosa, y no solo por motivos educativos sino por todos aquellos que venían impuestos por el estatuto que regulaba la vida de dicha clase. A pesar de ser minoritarios estos viajes, el historiador Gibbon afirma que a fines del siglo XVIII podía haber en Europa unos cuarenta mil ingleses practicando el Grand Tour educativo, sin contar los que estuvieran haciéndose por otros motivos, un volumen que hoy es insignificante, pero que en aquellos tiempos pudo parecer francamente reseñable.
Adam Smith, en “La riqueza de las naciones”, la obra de 1776 que algunos tienen como iniciadora del análisis económico, introdujo al tratar el tema de los servicios educativos una digresión que interesa citar aquí porque refleja la visión que del Grand Tour educativo se tenía a fines del siglo XVIII:
“En Inglaterra y en otros países se ha ido introduciendo cada día más la costumbre de hacer viajar a los jóvenes por naciones extranjeras, luego que salen de la escuela pública, sin obligarles a que busquen alguna Universidad de reputación. Se dice allí vulgarmente que la juventud vuelve de este modo a su patria con instrucción completa. Un joven que sale de su patria a los diez y siete o dieciocho años de edad, volviendo a ella a los veintiuno o veintidós, lo que podrá traer será tres o cuatro años más de edad, pero de aprovechamiento ninguno. Lo que generalmente suele adquirir en el transcurso de sus viajes es el conocimiento de uno o dos idiomas extraños, y aun estos con mucha imperfección, pues regularmente ni puede hablarlos, ni escribirlos con propiedad. En cuanto a lo demás, vuelve a la casa de sus padres más presuntuoso, más inmetódico en sus principios, más disipado de costumbres y más incapaz de una aplicación seria al estudio y a la negociación civil, todo lo cual, acaso, lo hubiera conseguido no saliendo de su casa en aquella edad. Con viajar tan joven, con malgastar en la disipación más frívola los años más preciosos de su vida, a distancia del cuidado, de la corrección y del ejemplo de sus padres y familiares, lejos de confirmarse y radicarse en su corazón todos aquellos buenos hábitos a cuya formación se dirigieron los tempranos esfuerzos hechos en su primera educación juvenil, no pueden menos de desvanecerse y borrarse, o a lo menos debilitarse en gran manera. Nada ha contribuido más al absurdo de semejante costumbre que el descrédito en que por su culpa han incurrido la mayoría de las Universidades y escuelas públicas de aquellas naciones, queriendo mejor algunos padres exponer a sus hijos a riesgos tan conocidos, que verles perder lastimosamente, a su vista, el tiempo que deberían emplear en una educación tan cristiana como útil para el objeto a que piensa cada uno destinarles respectivamente solo el resto de su vida” (La riqueza de las naciones, libro V, parte III, artículo II, sección II. Traducción española de José Alonso Ortiz, publicada en 1794 por la Redacción de “España Bancaria”)- Adam Smith
La verdad es que el juicio de A. Smith no es muy diferente al que acaba de realizar el escritor norteamericano Tom Wolfe por medio de su reciente obra “Soy Charlotte Simmons”, un relato sobre las graves deficiencias del sistema educativo que padecen las sociedades avanzadas. Por lo que se ve, de acuerdo con el testimonio aportado por A. Smith, el Grand Tour era ya en la segunda mitad del siglo XVIII una costumbre consolidada no solo en la sociedad inglesa sino también en otras sociedades europeas y americanas, costumbre que obedecía más a prácticas sociales ostentosas que al riguroso cumplimiento de fines educativos, lo que podría explicar que los jóvenes lo utilizaran más como forma de diversión que de formación. El Grand Tour ya se practicaba en siglos anteriores con fines directamente formativos por los jóvenes de la nobleza y la realeza, pero en tiempos de Smith, con su práctica también entre los jóvenes de la alta burguesía urbana, empezó a degradarse.
Todo lo que sea buscar en el Grand Tour elementos o características a través de los cuales encontrar similitudes superficiales con el turismo moderno está condenado al fracaso, en unos casos, o a la adopción de conclusiones desenfocadas en otros. Aun así, aun hay quien aduce similitudes entre el llamado Grand Tour y el turismo contemporáneo para considerarlo como un precedente del turismo a pesar de que reconocen que el primero estaba motivado por la educación y que el segundo solo se refiere a los viajes que se hacen por motivaciones placenteras. Olvidan que los jóvenes aristócratas ingleses que hacían un Grand Tour lo hacían sobre todo para entablar conocimiento con personajes influyentes del Continente que más adelante podían serles de gran utilidad, cuando el viajero estuviera ya desempeñando las altas funciones a las que estaba llamado, lo que implica la presencia de motivaciones radicalmente ajenas a las que los turisperitos aducen como definitorias del turismo moderno, normalmente reducido por ellos al mero vacacionismo.
Lo cierto es que el Grand Tour estaba, como no podía ser menos, era tan minuciosamente programado entonces como lo son los viajes de largo recorrido de hoy, entonces como una de las actividades propias de la clase ociosa junto con otras como las cacerías y los torneos lúdicos en las que el caballero se preparaba para la guerra, hoy por infinidad de motivos entre los que caben tanto los recreativos como los formativos, los de negocios o los de estado. Lo que ocurre es que tales actividades se tienen hoy, en una consideración tan superficial como errónea, como ejemplo de actividades de ocio entendido como tiempo libre, cuando lo cierto es que aquellas actividades respondían al cumplimiento de verdaderas obligaciones estatutarias, unas obligaciones que estaban tan rígidamente establecidas como las obligaciones de las clases negociosas.
Si lo que se busca en el Grand Tour es un precedente del turismo moderno ateniéndose exclusivamente a las características externas de uno y otro, tal búsqueda está condenada al fracaso porque entre ellos hay algo más que meras semejanzas superficiales. Si el investigador se atiene a las motivaciones, peor, porque uno y otro responden a motivaciones radicalmente diferentes. En esto consiste la incoherencia de algunos autores: tienen al llamado Grand Tour como precedente claro y notorio del turismo moderno a pesar de que en este no ven más que viajes de vacaciones, viajes de carácter autónomo, y no reparan en que el Grand Tour tuvo motivaciones educativas de carácter heterónomo. Entre quienes así piensan se encuentra el conocido historiador español Manuel Fernández Álvarez, quien hace medio siglo escribió el libro “Aportaciones a la Historia del Turismo en España”, obra editada por el que fue Ministerio de Información y Turismo del gobierno del general Franco en 1956. En esta obra se afirma que son antecedentes del turismo “en España”, entre otras, las peregrinaciones a Santiago desde el siglo XII y hasta las empresas oceánicas, pero siempre que se tratara de viajes hechos por extranjeros a España, olvidando los viajes que los españoles hicieron a otros países. El insigne historiador aplica sin cuestionárselo el criterio convencional propio de los turisperitos que le encargaron el libro.
Sorprendentemente, en el llamado Grand Tour sí es posible encontrar no ya parecidos sino incluso identidades indudables con el turismo, moderno o no, aunque, para percatarse de ellos, hay que dejar de verlo desde fuera y esforzarse por empezar a verlo desde dentro. Quien lo consiga se dará cuenta de que todos los viajes de ida y vuelta o circulares tienen un factor común que los identifica e iguala, factor común que no es otro que la planificación que todos los viajes requieren, tanto más visible cuanto menos desarrollados están los servicios de transporte, las infraestructuras viarias y los servicios hospitalarios. A menor desarrollo de estos tres elementos o servicios, más necesidad de planificar los desplazamientos, como refleja la situación que se daba en las edades antiguas Y, a la inversa, cuanto mayor desarrollo de los tres servicios citados, a los que se pueden llamar facilitadores del turismo, menor es la necesidad de planificar detalladamente los desplazamientos circulares, como se comprueba en la actualidad, sobre todo si se trata, lo que es hoy frecuente, de viajes a realizar por la misma persona que los planifica, algo que viene dándose desde la primera revolución industrial y quedó plenamente consolidado a mediados del siglo XX.
He aquí, pues, la diferencia y al mismo tiempo la similitud entre los viajes del pasado y los viajes contemporáneos, sean heterónomos o autónomos, obligados o voluntarios. Tanto en unos como en otros, la planificación siempre está presente, incluso aunque no lo parezca o pocos se percaten de ello. No obstante, en la actualidad, cuando la planificación de viajes circulares lleva un siglo y medio siendo una actividad productiva, y tan negociosa como tantas otras, la planificación o producción de turismo está aun más presente en la realidad de la economía que en el pasado ya que sin ella sería inviable como producto de mercado.
En definitiva y como conclusión: Grand Tour es una expresión hecha y hasta diría un tópico harto manido en la literatura especializada en turismo con la que se alude a uno de los antecedentes del turismo moderno olvidando, primero, que no significa otra cosa que viaje grande, largo o de gran duración, que este tipo de viaje considerado como un estereotipo no debería ser considerado como un precedente del turismo moderno si por turismo moderno se entiende el que se hace por puro vacacionismo. Todo lo cual viene a recordar que nunca las recetas hechas fueron buenas ni siquiera para la cocina ya que lo que debe hacer tanto un cocinero como un pensador es romper esquemas y tratar de ser original si quiere que el resultado de su trabajo sea útil y provechoso para la sociedad.
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