
En Asturias la hierba la quieren de papel, que sea falsa, que no se gaste… La verde hierba húmeda y consumible la tienen algunos por de menor importancia que los altos pinos y los oscuros eucaliptos o que las picudas cumbres. Lo grande de lo pequeño (todos los pueblos y villorrios son pevqueños) paréceles a estos conservadores más valioso que lo pequeño, y el patrón estereotipado de la belleza de postal se les antoja a muchos más digno de ser conservado que no una maloliente boñiga de vaca. Y es que no son materialistas sino idealistas: en ellos prevalece la idea del «deber ser»… Y yo, claro, me meo en el «deber ser». A un materialista de pacotilla como yo cualquier pedazo de materia le está bien y un rincón abarrotado de excrementos de vacas y de paja putrefacta se le antoja tan bello como los Campos Elíseos y la Arcadia juntos, si no más. Yo no me emberrenchino con un porvenir lejano que nunca conoceré y que me importa una higa. Me da náuseas la hipocondría ecologista y cada día soy menos conservador y por tanto menos «socialista»… Porque todos los «socialistas» son conservadores, por lo menos conservadores de sus intervencionismos y de sus mentiras (habría que lavarles la boca en un tacho, ya que lo que más revoluciona y lo que es más revolucionario es el Capital, el capitalismo -como bien sabía Marx-, que por el egoísmo que le es consustancial todo lo trasmuta). Los socialistas conservaduristas antes decían querer cambios y ahora que los hay se retractan sin percatarse de ello y abogan por la inmovilidad de la hierba, por la inalterabilidad de la boñiga de vaca.
En Bodenaya la lluvia ha parado y así yo puedo volver una vez más a los románticos campos al lado de su pequeño cementerio como si el ingenuo Canqui aún pescara por allí conmigo. No hay torrenteros, sino charcos. Las gotas de agua tiemblan al sol lánguido y todo parece una tabula gratulatoria de mi pasada juventud a esta Asturias mojada y neblinosa que para algunos ha de quedar incólume. Aquí se trata de tilintear a más de uno… ¡Oh campos de Bodenaya! Cuando la Nieves de la saga de los Rilo a gritos me llamaba… Pero no hay truchas, ya no hay peces -ya que el progreso los ha envenenado- y los novísimos molinos de viento en su lento giro resultan imponentes desde el Couz: ejercen una influencia de novedad que el conservadurismo no se permite aceptar ni se puede permitir aceptar sin quedarse por ello sin objeto ni cometido. Como si antes de eso jamás hubiera habido cambios, como si el concejo entero fuese una petrificación de la genial idea de un conservadurista o particular conservador. Demiurgo del paisaje cuando al paisanaje todo eso le importa un reverendo comino. Y es que al alicio del James Lovelock habría que emplumarlo y lanzarlo junto con todos los demás intervencionistas desde lo alto del Viso como si de la roca Tarpeya se tratase, para que sus jirones de pellejos y los coágulos de su desparramada ecológica sangre fuesen fijados en los riscos como un buen y digno escarmiento a las generaciones futuras. ¡Dejad, oh, que los propietarios se acerquen a mí: de ellos es el reino del Mercado pletórico! Yo me limito a consumir, a consumirlo todo. Soy propietario de todo lo que consumo y ya no me avergüenzo de ello. El Mercado es la democracia y la democracia es el Mercado:
A pie, alegre, salgo al camino real,
Soy sano, soy libre, el mundo entero se extiende ante mí,
El largo camino pardo me conducirá adonde yo quiera.Yo no llamo a la fortuna: yo soy la fortuna,
Yo no lloriqueo, no difiero mis actos, no necesito nada,
He acabado con las quejas domésticas, con las bibliotecas
con las críticas querellosas,
Vigorosos y contento, recorro el camino real…Oh, camino, entro en ti y miro a mi rededor…
Todas las cosas son aceptadas, todas las cosas me serán queridas.Walt Whitman
Yo soy también, como Walt Whitman, el espíritu positivo del mundo y me he secado de una vez por todas mis lágrimas comunistas. Ya no lloro. He madurado.
Lo mejor que se puede hacer con lo viejo es superarlo, anularlo, machacarlo, consumirlo: esta es la función de la dialéctica. Lo viejo debe morir, ser tragado pantangruélicamente. Pero claro, ¿cómo le vas a meter en la mollera a un conservacionista gaiano y “socializador” que los esfuerzos en la conservación de los recursos significan una inversión y, que por lo tanto, deben ser ponderados con el mismo criterio que el que se emplea para las demás inversiones? ¿Y quién es un «ecologista» -que no invierte nada, ni un céntimo- para opinar sobre inversiones? ¿Qué sabe él -y los funcionarios del feudo o del Estado- de inversiones cuando olvida que es propietario de lo que consume? ¿Qué saben estos invertidos de inversiones? Hayek decía que no hay nada mejor para preservar los recursos naturales que convertirlos en el más deseable objeto de inversión para el equipo y la capacidad de creación de la mente humana. Por tanto es el mercado el mejor ponderador que existe para saber qué es el bien y qué es el mal en asuntos de la cataláctica. Si tanto vale lo que decís: compradlo y haréis un buen negocio.
Un conservador conservacionista jamás nos brinda ni una alternativa ni novedad alguna… Hayek dice: Es posible que el quietismo conservador, aplicado al ímpetu progresista, reduzca la velocidad de la evolución, pero jamás puede hacer variar de signo al movimiento. Tal vez sea preciso «aplicar el freno al vehículo del progreso» [Robin George Collingwood]), pero yo, personalmente, no concibo dedicar con exclusividad la vida a tal función. Al liberal no le preocupa cuan lejos ni a qué velocidad vamos; lo único que le importa es aclarar si marchamos en la buena dirección. En realidad se halla mucho más distante del fanático colectivista que el conservador… (Cf. Los fundamentos de la libertad. Unión Editorial 2006. Pág. 507) Y es evidente que la «buena dirección» se puede conocer a posteriori y que sólo la puede dar el mercado, el juego de los plurales intereses, la oferta y la demanda de los humanos egoístas.
Los ecologistas son unos carcas conservadores puesto que «reservan para la evolución del pasado la admiración y el respeto que los liberales -como Hayek y como yo- sienten por la libre evolución de las cosas. Carecen del valor necesario para dar la alegre bienvenida a esos mismos cambios engendradores de riqueza y progreso cuando son coetáneos» (Ibid. Pág. 509). Adoran en realidad la hierba de papel con tal de no pisotear la hierba verdadera. Creen como los geólogos antiguos que esta hierba verde y verdadera y estas montañas son un «monumento», un moneo, un recuerdo «natural» de purezas virginales pasadas que el malvado capitalismo en su imparable avance destroza (Cf. Evaristo Álvarez Muñoz. Filosofía de las ciencias de la tierra. El cierre categorial de la geología. Pentalfa 2004. Pág. 62, y también:
http://buscon.rae.es/draeI/SrvltObtenerHtml?IDLEMA=50115&NEDIC=Si
Debemos dejar este lánguido krausismo y esta concepción mormónica del futuro social y político por ahora, ya que no tenemos ni tiempo ni espacio ni ganas para poder hablar de todo.
Y menos en una tierra en la que «el gochu astur celta» se ufana de no ser ni romano. Si allí fue una loba, aquí es un cerdo:
¡Triste tierra!
Hay que convenir ciertamente en que en esta verde Asturias conviven dos clases de pavos: unos exhiben su exuberancia sin recato y con merecido orgullo, nos muestran su lindo plumaje…, otros le atacan a uno en cualquier parte, como me ocurrió con estos dos pavos ignorantes al marcharme de Salas. ¿Qué querrían?.
¡Triste tierra!
Hay que convenir ciertamente en que en esta verde Asturias conviven dos clases de pavos: unos exhiben su exuberancia sin recato y con merecido orgullo, nos muestran su lindo plumaje…, otros le atacan a uno en cualquier parte, como me ocurrió con estos dos pavos ignorantes al marcharme de Salas. ¿Qué querrían?
A ellos, a estos pavos ignorantes yo les digo lo que el poeta de la democracia:
El Señor avanza, avanza siempre,
Siempre le precede la sombra, siempre la mano extendida que
hace avanzar a los rezagados (Hojas de hierba)
Cuando el socialismo le cortó la cabeza al señor, al burgués, se decapitó a sí mismo: sin él no es nada.
El progreso económico, como la eutaxia política…, es un algo a posteriori que se desprende de las migajas: cuanto más opulento es el «señor» más abundantes son esas migajas de las que la masa masiva come contenta a dos carrillos. O eso o el socialismo, esto es: la miseria. Vale.
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