
Por José Alba Alonso, economista salense
Al homenajear hoy a Juan Velarde podríamos citar muchos méritos. El principal dada la ocasión, el de ser AMIGO: amigo del estudio, amigo del trabajo, amigo de Asturias, amigo de tantas personas y cosas y amigo de Salas, su pueblo. No es extraño, pues, que la Asociación de Amigos del Paisaje, de Salas, le haga socio de honor. Lo que voy a exponer es una perspectiva muy subjetiva respecto a la persona y al economista. No he tratado directamente a Velarde pero sí puedo ayudar a comprender su trabajo y su talante desde el enfoque de alguien que comparte oficio y cuna. Mi primera noticia del maestro fue un libro de Política Económica para sexto curso del bachillerato que duró hasta la década de los setenta y que yo estudié en el Instituto Alfonso II, de Oviedo. Lo había escrito conjuntamente con Fuentes Quintana y tendría sus 300 páginas de prosa fácil y cercana a la Estructura Económica. La cubierta incluía una ilustración del famoso cuadro del Prado “El cambista y su mujer”, de Marinus Van Reyemerswaele. Se trata de un manual claro, sin pretensiones, pero en el que se hace una introducción notable a los factores de producción, la renta y la pobreza, entre otras cuestiones. Ya más adelante, pasé a escucharlo. Trató sobre la crisis económica de los setenta la primera de las conferencias del Profesor Velarde a las que asistí. Recuerdo que se me quedaron grabadas algunas expresiones inusuales, como “abracadabrante” y “baladíes discusiones epistemológicas”. Luego seguí cursos en los que desgranaba su devoción por Flores de Lemus y por la economía española. Era un habitual de la Facultad que se habilitó en la calle González Besada, de Oviedo. Muchos profesores (con Rafael Anes a la cabeza) convencieron a sus amigos para que acudiesen a suplir con cursos especiales y seminarios las carencias de un centro nuevo. Estoy seguro de que Juan Velarde no ponía grandes problemas, porque nos visitaba frecuentemente, tal vez el que más, aunque también eran habituales Manuel Jesús González.y Julio Segura, por citar algunos. La implicación intelectual de Velarde tuvo también su manifestación en Los Cuadernos del Norte, donde publicó varios artículos de diversa índole, por más que el primero fuese -¡cómo no!- acerca de Valentín Andrés. La variedad de temas económicos abordados por Velarde me impide glosarlos, si bien se nota un gusto especial en él por el pensamiento económico, incluso diría que por la agricultura y el desarrollo, amén de la asociación de la economía con el catolicismo. La siguiente referencia de Velarde la tengo de los Cursos de la Granda en su época de esplendor. Me fijo en dos momentos que perfilan la personalidad de uno de los más duraderos valedores de los cursos. Uno es representativo de su profesionalidad y el otro de su apego a la ortodoxia. El primero se refiere a un curso que dirigía Velarde, en el que se desarrolló normalmente la sesión de la mañana. Tras la opípara y afamada comida .de costumbre, iniciamos el trabajo vespertino con el sopor propio de la ocasión. El conferenciante avanzaba en sus explicaciones, pero Don Juan estaba inmóvil en su silla y parecía dormitar tras las grandes gafas que siempre usó. Algunos pensamos llamar su atención, pero finalmente concluyó la disertación, y allí saltó el Profesor Velarde, como un resorte, alabando la conferencia con todo lujo de detalles y propiciando el coloquio posterior. El segundo momento corresponde a una de las pocas ocasiones en las que compartí tribuna con él. Se trataba de un curso que entremezclaba cuestiones de desarrollo y medio ambiente. Participaba Parra, coautor junto a Naredo de un libro que fue, tras el de Tamames, pionero en España sobre recursos naturales. Y allí afirmó Velarde que la Economía tenía un único cauce del que no podía salirse de modo alguno, lo que resultó algo embarazoso para los organizadores del curso. Era su perspectiva y la expresó con claridad absoluta, sin miramientos. Pero también fuera de Asturias encontré, inopinadamente, algún vestigio velardiano. Uno de los más chocantes corresponde a lo que me contó un catedrático gaditano cuando coincidimos en un tribunal. Había ejercido de profesor en Extremadura y allí había sido testigo de una de una increíble aventura protagonizada por Velarde. La cosa es que nuestro amigo debía dictar una conferencia, andaba corto de tiempo en su viaje desde Madrid y coche, chófer y profesor, acabaron en el río, sin grandes daños. El gran problema era que había un conferenciante pasado por agua, sin sus papeles y sin gafas. Parece ser que la Guardia Civil estuvo a las órdenes de Don Juan intentando localizar sus lentes en el cauce, sin éxito. Aún con poco tiempo, llegaron a destino, el Profesor Velarde se compró traje, camisa, complementos y unas gafas, pergeñó apresuradamente un esquema y pronunció la conferencia programada como si tal cosa, para sorpresa de quienes conocían el incidente. Un amigo común, Ramón Tamames, profesa gran admiración por Velarde, aunque hayan tenido raíces políticas bien distintas. De su relación conozco dos hitos que permiten ubicar a Juan Velarde en un contexto político distinto del que muchos, por maniqueismo y desconocimiento, le aplican. Velarde acogió en su Cátedra de la Complutense a este profesor que –como era harto sabido en Madrid- pertenecía al Partido Comunista de España y había sido encarcelado en 1956 por motivos políticos. Y luego permitió su acceso a la Cátedra de Estructura Económica de la UAM en plena época del desarrollismo, como comenta Tamames en sus memorias y cita muy acertadamente Pepe Feito en el Foro de Amisalas. Y la segunda gran referencia, que tuve ocasión de comentar con Juan Velarde, tiene que ver con las famosas comidas en casa de Ramón Tamames, a quien le encanta obsequiar a los amigos, enseñarles ese jardín urbano de su terraza y hacer coincidir a unos y otros. La cuestión es que al Tamames político se le ocurrió que deberían conocerse sus amigos Juan Velarde y Santiago Carrillo, éste aún con la peluca recién quitada. Los invitó a su casa y cuando los presentó estaba expectante y con un punto de preocupación por ver cuál sería la reacción de ambos. Pero el hecho es que nada perturbó el inicio de la reunión. Uno de ellos dijo algo así como “yo soy de tal concejo” y el otro también se refirió al suyo, a partir de ahí, con ideas políticas tan dispares, se desarrolló el encuentro con gran afabilidad. Habían encontrado, casi al unísono, uno de sus pocos elementos comunes: ser asturianos. Tamames quedó impresionado de lo fácil que resultó conciliar algo que parecía muy problemático y hasta diría que idealiza y admira el hecho de que los asturianos usemos nuestro concejo como seña identitaria primera. Para encajar lo anteriormente expuesto habría que pensar en un talante abierto a muy diversas perspectivas. La proporción de profesores con posiciones políticas izquierdistas que pudo desarrollar su carrera en el entorno de Velarde durante el tardofranquismo contradice la calificación fácil y poco seria de quienes lo encasillan ideológicamente en credos que no ha impuesto en modo alguno, a diferencia de otros muchos que presumen de progresismo y han procedido cual señor feudal. Acercándonos nuevamente a Salas, puedo decir que tuvimos un encuentro de economistas de la tierra en el Restaurante Logos, hace veinte años, cuando el salense Pepito lo regentaba. En torno a Velarde, el decano, nos reunimos una docena de economistas de distintas generaciones Allí estaba, cómo no, el tristemente fallecido Juan Álvarez Corugedo, quien había coincidido con Velarde en aquella oficina que asumió un intento vano por desarrollar económicamente Guinea Ecuatorial cuando la planificación indicativa hacía furor. Velarde visitó repetidamente Salas durante los últimos años, participando en actividades académicas y en diferentes actos culturales para los que fue requerido. Siempre mantuvo contacto con Asturias y con nuestros avatares. Así, recuerdo unas declaraciones a LNE explicando dónde se hacen las regasificadoras en el mundo desarrollado y otras refiriéndose al declive asturiano desde 1959. Pero no conviene centrarse en exceso en lo económico ni en lo académico, como persona entrañable recordó siempre a sus amigos de la infancia y siguió siendo salense como cuando intentaba jugar al fútbol con su coetáneo Mon, quien formaría en la plantilla del Real Oviedo a mediados del SXX. En el homenaje que le rendimos en el Castillo de Salas, con motivo de su distinción como Socio de Honor de AMISALAS, pudimos comprobar nuevamente su interés por cada requeixu de su concejo. Interpretó magistralmente nuestro paisaje cultural, con modestia, con amor, con conocimiento, con preparación y con excelente retórica. Pocos amigos tan fecundos e ilusionados habrá tenido Salas.
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