
Por Vicente Riesgo Alonso.
Hasta mediados del año 2009 la crisis económica mundial está afectando a los inmigrantes en Alemania de una forma no muy diferente a la del resto de los ciudadanos. A diferencia de España, donde se produjo una fuerte concentración del empleo de inmigrantes en sectores de baja productividad como la agricultura u otros especialmente afectados por la crisis como la construcción, Alemania cuenta con una estructura más estable de empleo inmigrante, repartido por casi todos los sectores de la economía y que se ha ido consolidando durante los últimos 50 años (desde finales de los años 50 del siglo 20).
Por eso, en Alemania la crisis no sólo no ha generado hasta el presente discusión alguna sobre el retorno de los inmigrantes en paro, sino que más bien está sirviendo de acicate para impulsar y acelerar el debate abierto por la canciller Merkel en 2006 sobre la integración, proclamada oficialmente como (nueva) “tarea de significación nacional” por el Plan Nacional de Integración de 2007.
La actual crisis ha sorprendido a Alemania con el recuerdo aún muy fresco de la larga y reciente crisis sufrida por el país en la segunda fase del gobierno Schröder, especialmente entre los años 2001 y 2004. En este periodo fase se registraron un total de 7 trimestres de crecimiento negativo (hasta un -0,4% en el primer trimestre de 2003), combinados con otros de tasas de exiguo crecimiento positivo que en ningún momento superaron el + 0,4%. Estos interminables 4 años de crisis enseñaron al país una lección muy importante que empresarios y políticos se esfuerzan ahora en no olvidar: una economía competitiva a nivel internacional como la alemana depende directa y prioritariamente de la calidad de los recursos humanos disponibles. En efecto, muchas empresas alemanas tuvieron dificultades para aprovechar la elevada demanda de sus productos durante la ola expansiva de la economía mundial en los años 2006 y 2007 porque se habían deshecho de una parte considerable de sus plantillas durante los años anteriores de crisis y no pudieron reponer personal cualificado suficiente con la rapidez necesaria en los años de bonanza. En la actual crisis, por el contrario, las empresas se aferran a sus plantillas, esperando llegar esta vez bien armadas a la reactivación del comercio internacional. Para ello cuentan ahora con instrumentos como las medidas de regulación temporal de empleo, especialmente la reducción de tiempo laboral, y otros semejantes que el Estado ha puesto a su disposición y de los que están haciendo uso intensamente. Como parte del llamado “paquete para la coyuntura” el gobierno federal ofrece a las empresas desde enero de 2009 la posibilidad de beneficiarse de estas medidas por un periodo de 18 meses, durante los cuales el Estado paga a los trabajadores afectados – entre ellos numerosos inmigrantes – el 60% del salario neto correspondiente al tiempo de trabajo reducido. Muchas empresas aprovechan la actual situación para mejorar la cualificación de su personal regulado enviándolo a las medidas de formación continua financiadas por las oficinas de empleo.
La aplicación de estos instrumentos ha permitido mantener hasta ahora relativamente estables las cifras de desempleados en torno a los 3,6 millones. Muchos expertos dan, en cambio, por seguro que – en la medida en que se prolongue la crisis internacional y los instrumentos reguladores lleguen a sus límites – la crisis llegará también al mercado laboral a partir de la segunda mitad de 2009 y que a finales de 2010 el número de desempleados se elevará a 4,7 millones aproximadamente. Nada extraño, si se tiene en cuenta que para el año 2009 se prevé una reducción del PIB de más del 6% y que para 2010 aún no se prevé un crecimiento positivo.
Particularmente el desplome del comercio internacional afecta muy gravemente al campeón mundial de la exportación: el sector industrial alemán ha reducido en mayo de 2009 su volumen de ventas un 19% respecto al mismo mes del año anterior y sus ventas al exterior han decrecido incluso un 24% durante este periodo.
A diferencia de la crisis 2001-2004, que se vivió con síntomas de abatimiento cuando no de histeria colectiva, la crisis actual se está viviendo en Alemania sin grandes muestras de pesimismo (los datos del consumo interior se mantienen relativamente constantes) y el discurso público está orientado hasta el momento más bien hacia las posibilidades que deben aprovechar tanto el país como sus empresas para salir reforzados de la situación. El consenso social relativamente alto en torno a la importancia decisiva de aprovechar los momentos de crisis para potenciar la calidad de los recursos humanos resulta en estos momentos fundamentalmente beneficioso para el debate sobre el tema de la integración de los inmigrantes. Todos los estamentos relevantes del país están asumiendo que el futuro de Alemania como sociedad y como economía pasa por la integración con éxito de los aproximadamente 15 millones de personas con historia migratoria que residen en el país. Particularmente sus segundas y terceras generaciones representan un “potencial desaprovechado” aún en gran medida que pone de relieve de forma cruda los límites del actual sistema escolar alemán, incapaz de ofrecer igualdad de oportunidades a gran parte de los alumnos de origen migrante. Muchos expertos entienden que la crisis ofrecería en este sentido una oportunidad única para invertir fuerte en una reforma y mejora sustancial del sistema educativo. El “paquete para la coyuntura” del gobierno federal destina recursos para el saneamiento de las infraestructuras escolares, en muchos lugares urgentemente necesario, pero lamentablemente no prevé nuevos medios para una mejor dotación de los recursos humanos en el sistema educativo. Estas inversiones muestran sus efectos a largo plazo, mientras el gobierno de la gran coalición lucha por llegar a las elecciones generales de setiembre próximo lo menos dañada posible y por eso prefiere medidas como las ya citadas, de las que espera efectos más inmediatos y electoralmente rentabilizables.
La “hora de la verdad” puede llegar pasado setiembre, cuando la política no se vea ya obligada a repartir regalos entre el público elector, las cifras de desempleo crezcan, los empleos precarios y pagados con sueldos de hambre aumenten y las deudas del Estado acrecentadas por la crisis y los paquetes coyunturales limiten las posibilidades de ayudar a bancos y empresas, obliguen a la siempre impopular tarea de aumentar las cargas fiscales o a practicar nuevos recortes sociales. En este caso, la crisis llegaría seguramente de forma muy grave al hogar de muchas familias de origen migrante, pues las cifras de desempleo es entre ellas doblemente alta que entre los nativos y, por tanto, también su dependencia de los sistemas de protección social y su exposición a la precariedad.
Alemania espera ser uno de los grandes beneficiados de la reactivación de la economía mundial, pero hasta que ésta llegue le pueden esperar tiempos duros. Y a sus inmigrantes, más duros aún que al resto de los ciudadanos.
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